En
estos días de entusiasmo popular y mediático con el millón y medio de personas
que vienen pisando los talones a los políticos de todos los lados, desde Suiza
observo, me dejo llevar, con moderación, y realismo.
Me
dejo llevar. Gracias a internet me sumo al fervor popular que se ha desatado
desde el martes día 11. Participo de la fiesta de miles de habitantes de
Cataluña. Autóctonos, y también inmigrantes. De todo color, credo y condición.
Es también mi fiesta desde la distancia. Entiendo los motivos que la favorecen.
En parte coyunturales. La crisis, con los cambios que acarrea, con las
inseguridades que provoca, con las incomodidades que genera. Y un sentimiento
que está ahí, que no es una flor de ayer, que viene de antiguo: “somos una
nación”.
Ante
este sentimiento, ante tanto fervor, desde fuera, otras voces se expresan. “No
se entiende - me dice una ex compañera de estudios desde Francia - … en julio acababan de pedir
dinero a Madrid, y ahora quieren irse?”. “La pela… es la pela y se consigue más
recibiendo que dando” – me dice un ex compañero de secundaria, desde Jaén,
parafraseando el libro sagrado. Me los he encontrado aquí, en Saint Maurice, en
la Plaza Facebook. Ellos son un ejemplo amable de los ríos de dígitos que
corren en la red. Otros muchos no son tan correctos. Alimentan odio y
violencia. Los ignoro, los callo, no les doy la palabra.
Mis
amigos me recuerdan que con mis anhelos y entusiasmos, no estoy sólo. Cataluña,
con sus deseos, y aspiraciones legítimas que tanto se entienden, no está sola. Desde
dentro, con los de fuera formamos parte de una misma comunidad. ¿Dentro?
¿Fuera?. ¿Donde está la línea?. Podría estar en mi mente pero no quiero hacer
diferencias. Quiero mantener mi espíritu abierto, el corazón sereno, y las
manos tendidas para encontrarme con todos, con la palabra y la amistad como
herramientas indispensables.
Y
con ellos, más allá de territorios, más allá de fronteras, quiero invocar a
aquello que es común a todos los pueblos y que se resume en tres valores:
libertad, igualdad, fraternidad. Son valores laicos, universales, por y con los
que todos, desde dentro y desde fuera, debemos luchar. Los dos primeros sin el
tercero pierden su legitimidad. E invoco al adagio bíblico resumido en otros
dos valores: justicia y paz, o paz con justicia. No pueden ir por separado. La
una sin la otra sólo dan lugar a la opresión. Se ejerce y se sufre las más de
las veces de manera sorda e insidiosa, provocando dolor callado, impuesto.
Invoco
a estos valores, desde dentro, con los de fuera. Porque piso una tierra, vivo
bajo un cielo, respiro un aire que no entiende de fronteras, ni de luchas
estériles, y que tampoco entiende de desigualdades, pues el sol calienta para
todos, y los frutos y las riquezas de la creación naturalmente no llevan
ninguna etiqueta.
Por
ello reivindico la fraternidad sin fronteras como el valor supremo por el que
juntos podemos entender, comprender, mirar de analizar el camino en el que
estamos, la distancia recorrida, y la que queda por andar. Con la fraternidad
se nos impone a todos sentido común. Con creatividad. Reconociendo que toda
injusticia, tarde o temprano tiene que resolverse, y que puede hacerse sin
romper los lazos que nos unen, sabiendo que las líneas de un mapa y los
escenarios políticos no tienen por qué ser definitivos. Al fin y al cabo no son
más que representaciones del gran teatro del mundo, nos recordaría Calderón.
Quien
hoy pide independencia es mi hermano y mi hermana, quien hoy dice no entenderme
también. Esta fraternidad me obliga, nos obliga a todos a salir de nuestras
trincheras, reconociéndonos en nuestra libertad de ser y de avanzar; y de reinventar, si juntos somos capaces de
reconocer que la justicia y la paz han dejado de darse la mano.
Carlos
Capó, Saint Maurice, 13 de septiembre de 2012